Samos y Giamos

El invierno llega poco a poco, primero tiñendo las hojas de vivos colores cálidos, como un último homenaje al Sol que empieza a descender hacia el Inframundo, y cuando menos lo esperamos, las hojas ya se encuentran en el suelo, secas y muertas, abandonando las frías ramas hasta la próxima primavera.

Si bien es cierto que en la actualidad es más difícil notar estos cambios, debido principalmente al ajetreado ritmo de vida que llevamos, el cual rara vez nos permite detenernos a contemplar el paisaje, la naturaleza no detiene su curso y, como cada año, a partir del mes de noviembre, comienza a sumirse poco a poco en un estupor que le permite recuperarse y recargar fuerzas para iniciar de nuevo en marzo.

Los antiguos pobladores, libres de las ataduras de los relojes y los calendarios de papel, basaban su vida en los ciclos de la Tierra, regidos por nuestros astros principales: el Sol y la Luna.

La gran mayoría de estas culturas arraigadas a la tierra y a la agricultura tenían una visión de la naturaleza y la vida misma a modo de dualidad, pero no entendida a la manera cristiana maniquea en la que encontramos un Bien y un Mal, sino como dos caras de una misma moneda, que son opuestas pero complementarias a la vez: día y noche, vida y muerte, verano e invierno son solo etapas en un ciclo que no tiene fin.

Para los antiguos celtas estas etapas tenían un nombre específico: Samos y Giamos (conocidos como Innangard y Utengard por los germanos), siendo el primero el verano, momento que iniciaba con la celebración de Beltane, y el segundo el invierno, cuya entrada coincidía con la celebración de Samhain. Así como el amanecer y el anochecer, ambas celebraciones se consideraban momentos de vital importancia, pues eran vistos como portales entre ambas energías, como momentos de lucha entre la luz y la oscuridad, en donde una le daba paso a la otra.

Samos equivale al verano, al calor, al día, a la luna llena, a la vida, a lo profano y al orden; mientras que Giamos representa el invierno, el frío, la noche, la luna nueva, la muerte, la magia y el caos. Ambos conforman los principios fundamentales y opuestos de la existencia.

Si bien Samos era el momento para las actividades al aire libre, para cazar, cultivar y trabajar todo lo que fuera necesario para sobrevivir la segunda parte del año, Giamos era la época en la que las personas, así como la naturaleza, entraban en calma y se refugiaban en sus hogares con sus seres queridos para pasar los meses más duros del invierno.

Es por eso que esta época se empleaba para las labores que se realizaban dentro del hogar: la gente cocinaba aquello que había sido puesto en conserva o había sido almacenado durante los meses anteriores y lo compartía con todos los habitantes del hogar. En esta época era común ver potajes hirviendo en la lumbre, misma que calentaba la casa y ahuyentaba el frío de las habitaciones, adornadas con elementos que recordaban a la vida, como ramas verdes de árboles perenes como el pino, ramos de muérdago, piñas y velas que representan la esperanza de la llegada de la luz.

Este también era el momento idóneo para contar historias, que no solo tenían como función hacer que la gente pasara el rato, sino que también fungían como recurso educativo, para dar lecciones de vida a los más jóvenes, y también para permitir que todos aquellos conocimientos, pasados de manera oral de generación en generación, se conservaran, como narraciones de grandes batallas o historias míticas de héroes y criaturas mágicas; entre las historias contadas por los celtas que podemos encontrar aún en la actualidad se encuentran “The Voyage of Bran”, “The Second Battle of Mag Tuired (Cath Maige Tuired)”, “The Cattle Raid of Cualnge”, “The Mabinogion”, “The Prophecies of the Brahan Seer”, entre otros.

Mientras el cuentacuentos en turno estuviera hablando (que generalmente se trataba de alguna persona mayor, respetada por todos), narrando la historia, los demás ocupaban el tiempo para hacer otras tareas manuales, como tejer o tallar piezas en madera que después servirían como obsequios útiles para los demás.

A pesar de que en la actualidad el cristianismo le otorgó un nuevo significado a la época invernal, convirtiéndolo en el momento del nacimiento de Jesucristo, las raíces de esta celebración están bien ancladas en el mundo pagano, y no solo de los celtas, sino también en las tradiciones de otros pueblos como el romano, el griego o incluso los egipcios.

Si bien el invierno era considerada una época para resguardarse y, de alguna manera, para sobrevivir, racionando las reservas de alimento y de combustible, el Solsticio de Invierno era un momento de celebración, pues marca el punto de máxima oscuridad, es decir, el momento en el que el Sol llega a lo más bajo, por lo que a partir de ahí comenzará a ascender poco a poco, dando paso a la luz.

Para los romanos, esta celebración llevaba el nombre de “Sol Invictus”, el Sol victorioso, y fue establecida por Aureliano para ser celebrado el 25 de diciembre, día que posteriormente los cristianos tomaron para celebrar la Navidad. A esta festividad del “Sol Invictus” le precedía otra festividad, muy famosa entre el pueblo romano, conocida como Saturnalia, celebrada en honor al dios Saturno, en el que se realizaba un sacrificio en su templo el 17 de diciembre y después se realizaba una celebración que duraba hasta 7 días en donde la gente comía, bebía, bailaba, cantaba e intercambiaba regalos con sus seres queridos. Estas eran las últimas celebraciones que realizaban los romanos antes de dar fin a la época de cosechas y de las campañas militares. Aquí empezaba el momento para prepararse a aguantar los largos meses de frío.

Por su parte, para los egipcios de Alejandría y los griegos, el 6 de enero era la fiesta de Aión (dios del tiempo eterno y la prosperidad) y Dionisio (dios de la fertilidad y el vino) respectivamente, fiestas cuya idea central giraba en torno a la prosperidad que llegaría al finalizar el invierno, mismas que posteriormente fue tomadas y transformadas por los cristianos como la fiesta de la Epifanía y la llegada de los Reyes Magos.

Así pues, si bien la vida moderna y el pensamiento cristiano que estructura la realidad de occidente ha modificado de manera significativa, no solo las celebraciones paganas, sino el significado y el ritmo al que se vive el invierno, siempre podemos recuperar esa sabiduría antigua para entrar nuevamente en el ritmo de la naturaleza, dando a nuestro cuerpo, mente y espíritu el tiempo necesario para descansar y reponer fuerzas para iniciar con fuerza en la primavera, momento en el que la naturaleza despierta y la vida comienza a surgir de nuevo.

El invierno ha sido, es y será un tiempo para descansar, hacer una introyección, realizar actividades manuales al interior de la casa, bien calientitos y lejos del frío, rodeados por nuestros seres queridos.

El invierno es tiempo de la Anciana, de lo oscuro, de las criaturas mágicas; mientras el Sol duerme y espera para renacer, nosotros tenemos la oportunidad de mirar hacia nuestro interior y cambiar todo aquello que ya no funciona en nuestras vidas, de renovarnos para renacer como la vegetación y los animales en el verano.

Samos es el tiempo para actuar, el día y la vida, por lo que no podemos parar, así como Giamos es momento para reponer fuerzas, la noche y la muerte, pero no visto como algo negativo, sino como un nuevo inicio: el momento para estar en el útero de la Tierra y resurgir con más fuerza.

Por: Erika Chavez Palacios

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