El Caos Creativo

“Yo os digo: es preciso tener todavía caos dentro de sí para poder dar a luz una estrella danzarina.”

Así habló Zarathustra – F. Nietzsche

El centro de la filosofía y el pensamiento occidental, según Nietzsche, desde la llegada del cristianismo, hasta sus (nuestros) días, ha sido el afán de lograr un impulso siempre ascendente, diurno y consciente, donde no hay lugar para lo desconocido, más allá de la posibilidad de reconocerlo para inmediatamente iluminarlo. Creo que esta actitud sigue presente en nuestros días y, sobretodo, en el clima New Age, aunque disfrazada de ímpetu espiritual.

Opuesto a esto, Friedrich Nietzsche, allá en el siglo XIX, llama la atención hacia la posibilidad de una consciencia más rica, aunque más trágica: la del eterno retorno.

El eterno retorno es, sí un concepto contundente, pero es, más allá, una afirmación radical: la afirmación de la vida en su totalidad; es el asentimiento máximo a todo como es, si quisiéramos entenderlo en términos de Bert Hellinger.

Sí a todo, incluso en el caos. Sí a todo incluso en la muerte.

Esta muerte, esta posibilidad, esta liberación de energía, sin embargo y, contrario a lo que se podría pensar, es fértil, pues permite la reconfiguración de las formas, potenciando y liberando al ser de sus cajones mentales y concretos.

Pero sus posibilidades existen sólo en lo indeterminado, sólo en lo incómodo, sólo en la incoherencia, sólo en el sacrificio de lo que somos.

Y es aquí donde aparece la creatividad y donde aparece el arte, pues este caos, le abre espacio a lo que es, es decir, a la vida, que existe más allá de la verdad, o de la moral.

El espacio creativo, el arte, visto así, es el punto de convergencia entre la vida y la muerte: lo que está siendo liberado y el sí a lo que está por delante. Este espacio permite crear nuevas formas y nuevas maneras.

Este espacio, no es el espacio de las palabras, es el espacio de los símbolos. Así mismo lo expresa Carl Jung, cuando entiende que este mismo era el centro del pensar alquímico: la posibilidad de fusión de los pedazos del Ser, con sus complicaciones y con la energía que estos procesos libera, al igual que en cualquier proceso químico.

La estrella danzarina, podría entonces leerse, según el mismo Jung como un símbolo de individuación, para el cual se necesita aún algo de caos, pues, sin él, no hay motivo para impulsarse, para romperse, para parir estrellas.

Ya sea por agotamiento, o por evasión, nos vemos constantemente relegados al equilibrio estéril, donde todas nuestras hambres han sido satisfechas y no hay razones sino para continuar caminando en el mundo que hemos creado: donde no hay arte, donde no hay creatividad, donde sólo hay técnica. Creo que esto es lo que diferencia, por ejemplo, a un buen pintor de un gran artista: el caos.

El artista, el creativo, es así un danzarín, el Loco del Tarot, el que, con ligereza se entrega con un gran sí a la vida, sin peros, y sin querer “superar” los acontecimientos; superándose sólo a sí mismo en cada vuelta, como en una eterna espiral.

¿De qué otra forma podría, Picasso, haber descubierto las posibilidades de juego en una “simple” línea? ¿Cómo habría podido Miguel Ángel entregarse en cuerpo y alma al mármol de otra forma?

El arte, visto así, está siempre del lado de vida, y le dice, tanto al dolor como al amor, sí, lo acoge, y lo abraza. “La grandeza de un artista no se mide por los ‘bellos sentimientos’ que excite, […]. Llegar a ser señor sobre el caos que se es, obligar al propio caos a adquirir forma”, escribe el mismo Nietzsche en uno de sus fragmentos de primavera.

¿Podríamos considerar antes que la creatividad y el arte no son, si no, el caos al que se le ha dado forma al poder contenerlo y liberarlo?

Grandes mitos nos recuerdan las posibilidades creativas y liberadoras del caos. La mitología sabía comprender estas posibilidades sin caer en el pesimismo con el muchos han confundido estos planteamientos, pues, no es lo mismo ver al mundo como un hecho terrible del que hay que resguardarnos, a poderlo mirar, a poderlo reconocerlo y hacerlo pasar por nosotros, por nuestras venas, para liberar su impacto en forma de arte.

El impulso creativo, visto así, sería el reconocimiento de lo que es, y su afirmación desde lo que puede ser. Bert Hellinger lo enunciaría como: tomar la vida al costo que me viene.

El pesimismo es lo que hay del otro lado, en la insatisfacción de no vivir, es donde aparecen, según Jung, preguntas como “¿qué es amor?”, “¿qué es deseo?”, “¿qué es creación?”. Son las preguntas de quien no conoce la vida y, por tanto, tampoco sus posibilidades. Para este ser, el mundo, según el mismo Jung, el mundo se ha vuelto pequeño y, todo se empequeñece a su paso.

Este Hombre, nada puede crear, porque ha “dominado” aquello que podía hacerlo vibrar, y, para vibrar, es preciso que esa sustancia se mantenga explosiva y desconocida, pues sólo desde esa indeterminación puede configurarse algo “otro”.

El espacio de lo indeterminado es, sin duda, aterrorizante y, lo seguirá siendo, aún desde la posición del que asiente.

Quiero concluir entonces siguiendo lo enunciado por Georges Bataille en el prólogo de El Erotismo: tomar el impulso vital, ya sea creativo, liberador, erótico, tanático, no se trata de “fluir”, o de aprender a mirar al caos ni al mundo con el cinismo del que no teme o no se conmueve ante nada, ya que eso significaría encadenar sus posibilidades a una lógica mecanicista, donde el arte, la muerte o el erotismo mismo pueden ser capturados y diseccionados, privándolos así de sus posibilidades; “se trata de que el hombre sí puede superar lo que le espanta, puede mirarlo de frente”.

“Yo os digo: vosotros tenéis todavía caos dentro de vosotros.”

Así habló Zarathustra – F. Nietzsche

Autor: Ximena Pernas / Mayo 2021

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