¿Por qué una espiritualidad basada en los ciclos de la Tierra?

En algún punto de mi vida, mi camino espiritual migró de la religión de mis primeros años hacia una espiritualidad basada en los ciclos de la Tierra. Fue un cambio que se gestó en la infancia, estalló en la adolescencia y se cimentó en mi adultez. Hoy, con algunos pocos años de perspectiva retrospectiva, puedo entender mejor el valor que ha tenido en mi crecimiento como persona.

Cada historia es diferente y cada uno de nosotros necesita aprender y desarrollar cosas distintas. Lo que compartiré aquí es mi perspectiva, informada por mi experiencia, con la esperanza de que resulte útil para alguien más. Así pues, he aquí tres grandes razones por las que elegí una espiritualidad basada en los ciclos de la Tierra.

Reconoce lo divino y espiritual en el mundo físico. Es común en la cultura occidental pensar que espíritu y materia se contraponen. Esta línea de pensamiento promueve la estigmatización y dominación del entorno y del cuerpo. También nos ha llevado a pensar que el desarrollo espiritual sólo puede suceder si nos distanciamos del mundo. Una metáfora de esto es considerar el cuerpo como un jarrón que contiene un alma, la cual debe escapar de su prisión.

Creo firmemente que estas ideas son peligrosas. Por un lado, exigen reprimir experiencias humanas, como el disfrute de los sentidos y la sexualidad, o una amplia gama de sentimientos. Por otro lado, reducen la dimensión espiritual cortando de tajo aquello que mismo que nos da vida y sustento. A nivel planetario, el desconocimiento de lo divino en el mundo natural nos ha llevado a la depredación y la explotación descontroladas.

Personalmente, creo que todo lo que existe es divino y, en todo caso, es el espíritu el que contiene al cuerpo y no al revés. Una imagen para explicar esto sería el espectro de luz, donde toda la gama existente es el espíritu, y aquellos tipos de luz visibles son el cuerpo. O el cuerpo como una mano que tiene conciencia de sí misma pero no del ser completo al que pertenece. A estas metáforas habría que añadir una compleja red de interacciones, pero servirán por ahora para explicar el punto.

Si lo físico es una manifestación del espíritu, y el espíritu es algo divino, entonces todo lo que existe en el mundo visible tiene un espíritu y es divino. Además, la corporeidad ya no es requisito para la existencia, podemos existir fuera de ella.

Bajo esa mirada, podemos revalorar atributos que antes considerábamos sólo humanos para reconocerlos en plantas, animales y minerales. Podemos relacionarnos con ellos a un nivel más profundo que el material, lo cual convierte al mundo en un lugar mucho más poblado y enriquecedor de lo que se piensa desde la perspectiva previa. También nos hace responsables por nuestros estilos de vida y las consecuencias de la devastación ecológica.

No necesitamos escapar del mundo para crecer espiritualmente, más bien necesitamos vivir en él para aprender y experimentar. No siempre es fácil encontrar el balance entre la salud física, psicológica y espiritual, pero definitivamente estaremos mejor preparados para hacerlo si comprendemos que cualquier experiencia física tiene el potencial de volverse espiritual y, a la inversa, nuestro espíritu nos permite materializar cosas en este mundo.

Podemos aprender sobre nosotros si observamos a la Naturaleza. La Tierra vive en ciclos y todos estamos sujetos a ellos. Podemos comprendernos mejor a nosotros mismos si observamos e interpretamos esos ciclos que sustentan y organizan la vida, y producen la muerte.

Cada vida es única e irrepetible, pero al mismo tiempo compartimos una gran cantidad de experiencias, etapas, luchas, sufrimientos y alegrías dentro de nuestra existencia. Esto sucede no sólo entre seres humanos, sino entre todos los que pertenecemos al reino animal y entre los otros reinos.

Nuestra mente es altamente simbólica, hacemos conexiones metafóricas con facilidad y otorgamos significados a sucesos y objetos. Podemos usar esto a nuestro favor. Por ejemplo, nosotros no sabemos lo que es ser una semilla esperando a que pase el invierno para germinar, pero sí podemos usar esa imagen mental para reflexionar sobre nuestras actitudes y esperanzas en momentos difíciles, oscuros y austeros.

La mayoría de quienes vivimos en ciudades carecemos de experiencia práctica en los ciclos agrícolas. No obstante, una espiritualidad natural nos acerca a ellos para comprender mejor el trabajo y el ritmo del campo que nos alimenta.

Además, las temporadas de siembra, cosecha y espera nos ofrecen un calendario anual para hacer pausas periódicas y considerar qué estamos haciendo con nuestras vidas. ¿Qué sembramos?, ¿qué queremos cosechar?, ¿es momento de esperar y volcarnos hacia dentro, o de aprovechar toda nuestra energía?

De forma similar podemos alzar la vista y aprender de la Luna y el Sol, de la noche y el día. Cada año hay una incesante fluctuación en la duración de las horas de luz y oscuridad. Los dos solsticios marcan el día y la noche más largos, mientras que los equinoccios son los puntos de equilibrio.

Si un año fuera una metáfora de una vida humana, ¿qué lección crees que podemos aprender de esos ciclos de oscuridad-equilibrio-luz-equilibrio? Además, cada año tiene múltiples meses lunares, en los que la Luna aparenta crecer y decrecer. ¿Qué pueden representar esos ciclos más breves dentro de toda una vida humana (un año)?

Este tipo de pensamiento reflexivo y metafórico me ha ayudado a desarrollar una perspectiva distinta sobre los cambios en mi vida y mi cuerpo, a la vez que me ha permitido comprender y asimilar distintas situaciones de manera más sana emocionalmente, tanto felices como difíciles.

Por otra parte, he notado que cualquier momento cotidiano tiene el potencial de cargarse de significado y convertirse en una experiencia más enriquecedora para mí. Por ejemplo, mirar la Luna es una oportunidad para preguntarme si mis proyectos están creciendo o si hay algo en mis hábitos que quiero hacer menguar.

Hay pequeñas cosas que puedo hacer con frecuencia para establecer un vínculo más sólido con mi lado espiritual en el día a día. Además, es más fácil nutrir una práctica vivencial y experiencial. Esto está en consonancia con el primer punto, la reunión de lo material y lo espiritual.

Me hace cuestionar ideas, prejuicios y estilos de vida. La cultura en la que vivimos nos da un marco de referencia para comprender el mundo y, a la vez, reduce nuestra habilidad para ver fuera de ese marco. La cultura que prevalece en nuestra sociedad se ha fundado en ideas que considero obsoletas y poco saludables para los problemas y fenómenos que enfrentamos hoy.

Por ejemplo, la idea de que el ser humano es el elegido para dominar y controlar a la naturaleza ha sido un impulso para el desarrollo de la tecnología y de la ciencia. Aunque la ciencia puede ser un medio maravilloso para comprender al mundo, tal idea de dominación y control nos cegó por siglos a la dignidad y los derechos de otros seres vivos y de los ecosistemas. Esta idea es cuestionable dentro de una espiritualidad que considera que la Naturaleza es una manifestación de lo sagrado.

Esto no significa que debamos crear una visión fantástica e idealista del mundo. Un ecosistema en equilibrio puede ser excelente para la preservación de las especies y, al mismo tiempo, fatal para un conejo en específico que es comido por un zorro. Vivir de la tierra es trabajo arduo. Los terremotos, los huracanes, las erupciones volcánicas y muchos otros fenómenos naturales son tan majestuosos como devastadores.

Justamente en la observación de estos hechos está el material para cuestionar ideas y prejuicios personales y culturales. La manifestación de lo que consideramos bueno-malo, deseable-indeseable, individual-global, puede ser puesta a prueba por el mundo natural. En consecuencia, me topo de frente contra mi propio estilo de vida, mis excusas para sentirme superior a otros o menos reprochable. Al mismo tiempo, encuentro medios para buscar un equilibrio personal y una vida más coherente. 

No he encontrado respuestas definitivas, pero he notado que este camino espiritual me ha llevado a profundizar en mi ética personal, cuestionar y reconstruirla. También ha sido una invitación a ser más sensible y abierta a la diversidad en general: de personas, de sentimientos, de expresiones religiosas, de cuerpos, de mis propias facetas y altibajos, de experiencias, entre otras cosas.

Hay mucho más que puede decirse sobre el tema, y cada individuo que haya elegido un camino como el mío tendrá sus propios motivos. Estas afirmaciones se basan en mis creencias y prácticas que, por supuesto, no todos comparten. Aun así, creo que nuestras sociedades serían más enriquecedoras y saludables si hubiera más personas con una espiritualidad de este tipo.

Después de todo, no se trata de inventarle propiedades mágicas o divinas a la Naturaleza, sino de reconocerlas, de saber que existen y son parte intrínseca del mundo, la existencia física y el crecimiento espiritual. Estamos regidos por sus ciclos, en ellos nacemos, vivimos, morimos y nos transformamos. ¿Qué más sagrado y mágico que eso podemos encontrar?

Por: Ana G. S. O. M.

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